Población “La Parinacota” en Qulicura: entre balas y abandono
¿Qué es peor: la carencia o la inseguridad? La familias de los departamentos sociales de Quilicura deben convivir con ambas situaciones. A 25 años de su inauguración surge unan esperanza de cambio, aunque a los habitantes del sector les cuesta creer en una nueva promesa del Estado.
A sus 67 años, el mayor deseo de Marina es lograr su casa propia. Hoy comparte con su pareja un departamento en la Villa Parinacota, en Quilicura, cedido en comodato por el Serviu luego de que lo ocuparan de manera ilegal en 2004. Cuenta que la vivienda estaba abandonada hace años y que, tras el aviso que le dieron algunas amistades, no dudaron en instalarse en ella.
Marina recibe $ 100 mil de jubilación que le entrega una AFP, mientras su pareja, Sergio, cuatro años menor, gana $ 300 mil como nochero. Sabe que no es mucho: aún así, de cumplir el sueño de la casa propia promete invertir en la renovación de sus muebles. Hasta que ese día no llegue no pretende hacer nada en la vivienda, porque no la considera suya.
“La Villa Parinacota ha sido por años el reflejo de una ciudad segregada, con carencias habitacionales, ausencia de espacios comunes y con una calidad de vida muy deficiente”, reconoce el ministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg.
La pareja vive en uno de los 1.120 departamentos que aún quedan en “La Parinacota”. Es un sector vulnerable situado en la periferia de Santiago, marcado por la violencia y el narcotráfico. Aquí, según datos del Censo 2017, una de cada 10 personas está cesante, 16% de los hogares es monoparental y uno de cada cuatro jóvenes no estudia ni trabaja.
La entrada al departamento de Marina está protegida por una reja con pequeños agujeros, que pretende servir como obstáculo a las balas que vuelan en los recurrentes tiroteos. Al interior, un calendario con la imagen de Felipe Camiroaga y un póster de Colo-Colo reciben a las visitas. El piso es de un frío cemento que poco ayuda a los adultos mayores durante el invierno. Dos sillones y un comedor son suficientes para cubrir la totalidad del recinto. Además de la pieza matrimonial, el estrecho espacio incluye una pequeña habitación que sirve para recibir las visitas de su hijo, quien dejó la casa hace casi seis años.
Orgullosa, cuenta que el joven tuvo la fuerza para no caer en los vicios que afectan como epidemia a muchos de los adolescentes de la población: hoy él trabaja en una bodega situada en San Bernardo. Otros muchachos del sector viven realidades distintas, señaladas por la violencia. Marina relata que una tarde en la que caminaba rumbo a un almacén se encontró de frente con un “niño” que circulaba a plena luz del día con dos pistolas, una en cada mano. Después de eso, ella decidió no volver a salir después de las 5 de la tarde. Se encierra hasta el día siguiente y no abre la puerta a nadie.